El trabajo en el campo siempre ha sido muy duro y, lamentablemente,
no siempre se valora como debiera. Además de dar de comer a la población, los agricultores y ganaderos tienen que hacer frente todos los años a potenciales riesgos climatológicos que afectan directamente al rendimiento de su trabajo y que no se pueden predecir. Por eso, aunque no sea obligatorio, muchos productores deciden contratar un seguro que proteja sus cultivos y medios de producción en caso de que la climatología no sea favorable.

Para saber qué póliza se ajusta mejor a las necesidades de nuestra explotación, lo mejor es contar con el consejo de un corredor profesional.
No es lo mismo una explotación ganadera que el cultivo de cítricos y,
por eso, es necesario conocer y aplicar la legislación vigente. En nuestro
país, los seguros agrarios son fruto de la colaboración entre instituciones públicas y privadas y se recogen en la Ley 87/1978 de Seguros Agrarios Combinados que incorporan las medidas europeas de la Política Agraria Común (PAC).

En el caso de las producciones agrícolas, los seguros cubren habitualmente los daños derivados de factores climatológicos no controlables como pedriscos, heladas, sequías o lluvias torrenciales y las plagas y enfermedades que afectan a los cultivos. Las explotaciones ganaderas tienen otras necesidades, como los accidentes o enfermedades que pueda sufrir el ganado, los ataques de animales salvajes o los problemas
relacionados con el nacimiento de las crías.

En cuanto a las zonas forestales, sus principales peligros son los incendios y los gastos derivados de ellos, así como las indemnizaciones de las personas que pudieran resultar perjudicadas. Por último, las producciones acuícolas suelen necesitar cobertura contra fenómenos meteorológicos excepcionales, contaminación de las aguas, enfermedades y mareas negras.

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